Víctor del Río
 
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Textos sobre artistas Textos sobre artístas  > Cristina Iglesias. Nexos y soportes
 
 
 

"Cristina Iglesias. Nexos y soportes", en Dialog. Kunst in pavillon, Lunwerg, Madrid, 2000. Catálogo para el Pabellón de España en la exposición universal EXPO 2000 Hanover (1junio- 31 octubre 2000), Sociedad Estatal Hanover 2000. ISBN: 84-7782-733-8. Pp.: 103-111.


Cristina Iglesias. Nexos y soportes.
Víctor del Río


            El mutismo en la obra de Cristina Iglesias se debe a un tratamiento inequívocamente plástico de los elementos simbólicos y a una renuncia a la evocación literaria de los títulos. En definitiva, se debe a una reducción al mínimo del peso literario de la escultura. El mutismo de la materia condensa un lenguaje del que la palabra está ausente, un lenguaje de masas. La condensación puede verse como el tropismo de los espacios, la forma en que se canaliza el movimiento en torno a la obra involucrando al espectador en un acercamiento de temporalidad casi vegetal. Sería el índice atmosférico de los invernaderos, de los lugares aislados donde se establecen condiciones nuevas para la presencia, tanto del objeto como del que observa. La presencia es una cualidad explorada en la mejor tradición escultórica contemporánea y que cristaliza como lenguaje autónomo en el minimalismo. Sin embargo, el silencio en Cristina Iglesias reserva un remanente de significación en la simbología implícita de los materiales y de su colocación en el espacio. Reserva una última torsión que escapa de la mera fenomenología de la aparición para volverse hacia referentes figurativos.
            Quizá la estructura más recurrente en las obras de Cristina Iglesias sea el plano vertical alzado sobre un muro. Planchas de metal y hormigón levemente curvadas, vinculadas a la pared por un nexo de materia, serían elementos habituales de esa obra. Parece tratarse, pues, de una estructura básica, es decir, generadora de diversas variantes y asociada a una determinada articulación del espacio. El alzamiento implica un apoyo sobre el suelo que lo diferenciaría de una suspensión –estructura también presente en algunas de sus obras como en Sin título (techo suspendido inclinado), de 1997. El ejercicio del alzado de planos de materia adyacente a los muros presupone un determinado concepto del equilibrio. Se sitúa en un discurso intersticial entre arquitectura y escultura. El alzado es en sí mismo un análisis de la precariedad. Hay en estas estructuras una trasposición a escala del comportamiento de los materiales blandos, de los fragmentos y los restos con los que se anticipa en una maqueta la obra. Cristina Iglesias concibe en su mesa de trabajo combinaciones de equilibrios, bocetos tridimensionales de las piezas. Algunas de sus obras son ampliaciones en serigrafía de fotos realizadas sobre estas piezas en miniatura. El aumento de escala conlleva una traslación de esa intimidad manipuladora y constructiva.
            En las obras integradas en el espacio de la exposición, los nexos que conectan con el muro, que propician un apoyo desde otra materia, configuran una estructura embrional del arquitrabado. Sin embargo, la proximidad de la pieza al muro de diálogo, que actúa como fondo, parece remitir a una intimidad simbólica entre ambos, más allá de lo habitable. Allí nace una poética de lo interior. Cristina Iglesias introduce tapices, tramas vegetales y bosques de bambú en la cara interna de sus muros, o superpone una membrana que crea un estrecho rincón tenuemente iluminado. En la cara oculta aparece la intimidad del motivo, de lo que supera la materia para convertirse en forma y en textura. La torsión de los planos actúa así como un juego de desocultación mostrando la fertilidad del envés como lugar de la “emotividad”.
            El motivo estampado o la textura vegetal alfombran lo no visible. Esa trastienda reorienta la mirada y contradice la opacidad de la materia dejando un lugar para la aparición de la imagen. Ésta nunca llega a articularse como un discurso propio, sino que permanece adherida a la masa escultórica. Pero, sin duda, crea un umbral de sentido indisociable de su materia y capaz de recoger las resonancias últimas de los elementos estructurales de la obra. Tales resonancias inmanentes al material tienen que ver con su condición del plano alzado, que consta de dos caras, y con su interacción en el espacio arquitectónico. Esto ha permitido lecturas del trabajo de Cristina Iglesias en torno a la temática del cobijo 1, lecturas que estarían prestando atención al horizonte arquitectónico que mantienen todas sus intervenciones –incluso aquellas que tienen lugar en un entorno natural, como las piezas del proyecto Moskenes y de las islas Lofoten en Noruega. El resguardo como fundamento atávico de la arquitectura quedaría descrito en los juegos de luz de sus cubiertas precarias sobre rincones en penumbra, o en los lucernarios del edificio Kotoennatie de Amberes. La gestión de la atmósfera a partir de los filtros de la luminosidad serían, finalmente, formas de articulación del espacio. 
            Verticalidad y apoyo se siguen en cualquier lógica arquitectónica. Las obras de Cristina Iglesias operan en una suplantación “discreta” del muro. Rehuyen la naturaleza concreta de las piezas exentas tradicionalmente asociada al medio escultórico. En su lugar, tantean una suerte de camuflaje o de mimesis que recoge la sutil discrepancia de las proyecciones y las sombras, de lo que transcurre en paralelo desdoblándose de una traza originaria. En ese combado de un segundo plano superpuesto al muro se crea la ocultación escultórica y la reinterpretación del vacío. Discernir es desdoblar lo que está solapado en el ánimo, resolver un dilema anímico antes que racional, es desvelar lo “discreto”, lo que se desapercibe en una primera visión. Este ejercicio obliga a un acceso a la obra que es antes físico que visual, el asomo precede al asombro. Y en esta línea surgen conceptos aportados por la propia artista como el de “celosía” 2 , lugar del celo y del que ve sin ser visto. La contigüidad de los planos evita el conflicto de la intersección, genera un espacio laminado para una intimidad que no es personal o biográfica, sino que es, más allá de todo discurso, una concepción del espacio. Una intimidad que no puede decirse sino en la cara oculta de los muros.


 
   
   
   
 
 
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